No es para tanto 

Levanté los ojos para dejarlos en blanco y, unos segundos después, cuando los deposité en el cielo, volví a darme cuenta de que no encontraba mi sitio, la paz. Me vi rodeado de fuego, amparado por el atardecer incandescente que traía noviembre. Me preguntaba si alguna vez tuve mi sitio y quise otro, si no, qué sentido tendría estar ahora buscándolo. Me preocupaba, me reprendía; volviendo la vista hacia todos lados, hacia el futuro, hacia el pasado, intentando escapar del vacío; comprobé que mi sombra se alargaba hasta cogerme pero que, conforme avanzaban los minutos, se desvanecía junto al resto, hasta desaparecer en la oscuridad.

Busqué el horizonte entre miles de estorbos, farolas, tejados, aviones pasando… y recordé que un sol apagado, rosado, muerto por el cansancio, no podría revelarme el siguiente paso; tan sólo traerme mensajes de luto, de melancolía entre mundos urbanos, y me quise buscando de inmediato, aunque seguía parado, con cierta emoción en los ojos que me seguían dictando: «para encontrarse, primero hay que perderse» y me quise andando hacia el horizonte rosado, fulgurante de promesas que me mantenían soñando.

Aprendí que mi utopía sólo sirve para seguir caminando, aunque a veces te pares a respirar tu silencio, aunque te sientas perdido y estúpido, admirando el atardecer, bastardo de todo poeta y que, para otros… no es para tanto.

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